jueves, 11 de diciembre de 2008

He olvidado mi mejor momento...pero lo llevo dentro.

Te lo creerás o no, pero la otra mañana se levantó con el aire confundido, la mirada más allá de la ventana le devolvía los sueños que aún no había tenido y su respiración se volvía rancia y sin sabor. Con la camiseta blanca de pasar la noche casi a solas, la ropa ajustada más abajo y las piernas blancas también, no tenía ganas de empezar otro día más. No por ahora. Con el sol en la cara, con los ojos entornados, el momento de vivir se iba deshidratando lentamente ante su desesperación. Se hizo un café, ardiendo, sin leche, mal comienzo para una mañana tan espléndida, sin nubes y sin viento. Una mañana de sol, calma y paz. Al menos de momento. El asa de su taza no quemaba tanto como la base, y qué decir de ese líquido marrón al que ahora llamaban café sin ningún sentido, asqueroso. Los pelos de sus brazos latían al compás de su corazón, con cierto retraso pero sin pausa. Y las rodillas esta mañana se le notaban más huesudas que de costumbre, pasando por alto sus pies que hoy eran como garfios de vaca, con manchas más oscuras y piel más clara. Se puso las gafas, frías, y su visión se fue enfocando paulatinamente... Por desgracia, cada vez le gustaba menos lo que veía. Las manchas se iban tornando perfiladas, las voces iban cobrando vida, los olores tenían dueño. Ya nada era libre. Su alma recién levantada iba desinflándose hasta convertirse en un hueso de melocotón, sin carne y sin sabor, con ligeras reducciones momentáneas. Notó el dolor por dentro, algo le quemaba, algo le impedía sonreir. Quizá el recuerdo de un momento feliz, quizá el recuerdo de una chica o el recuerdo de una sensación. Quizá la mente le impedía ser feliz, pero sólo quizá. Con su mano en el vientre, hizo amago de arrancarse las entrañas, pero supo que no lo conseguiría. La mente lo sabía ya todo, lo tenía todo calculado, asqueroso. Intentó mantener la respiración, pero sólo logró escuchar su pulso acelerarse e incrementarse la sensitividad de sus sentidos, tan sólo eso. Volvió a respirar, no valía la pena arriesgarse en lo que ya se conocía de antemano. Sorbió un poco de ese café que seguía sujeto a su mano, aún caliente, y pudo imaginar el recorrido por su interior de toda aquella mezcla, sentirla hasta llegar más allá de su corazón, recorrer más tarde sus venas y darle ánimos para comenzar, una vez más. Pegado a la ventana, como intentando ser igual de transparente, empañó tras el suspiro una parte del cristal, devolviéndole a modo de burla lo que parecía una carita sonriente. No quiso volverse para mirar a su cama, sabía lo que iba a encontrar y las fuerzas realistas le habían abandonado hacía ya tiempo, se dejó llevar. Una buena ducha, el vaho subiendo por su cuerpo, los vaqueros de Madrid y a la calle. Donde solía escapar, o al menos intentarlo, donde solía salir y huir de aquella habitación todo el tiempo posible, hasta que helara, hasta morir.





.... A veces no hay que ser una heroína, basta con ser normal....

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