domingo, 27 de diciembre de 2009

Avatar


El miércoles pasado no me pude resistir a la tentación invisible de ir a ver la película de las navidades, Avatar. Quizás con demasiadas expectativas dejé volar mi imaginación junto a un grupo de yonkis que no hizo otra cosa que martirizarme durante casi 3 horas.


De los americanos que tienen la fabulosa idea de ir a conquistar y destruir un mundo completamente desconocido, decir que es su prototipo. Siempre hay un malo malísimo que quiere destruirlo todo para conseguir dinero y fama, mientras que el pobre minusválido, americano también, arriesga su vida para meterse dentro de ese planeta, convertirse en uno más del poblado, follarse a la protagonista y encima, salvar al pueblo del malo malísimo.


Vamos bien.


El malo malísimo quiere el interior del Árbol Madre, copia realizada de mi querido Tolkien, fácilmente visible en cuanto la cámara enfoca por primera vez el interior de dicho tronco arbóreo. De su lado, solo hay una pequeña parte de todos los protas, aunque poco a poco irá ganando adeptos sin que pasen ninguna prueba. Del mayor súbdito del malo malísimo, el típico hombre de ejército, pelado a lo cuadrado, con mucho músculo en los brazos y piernas, pero con poco en el cerebro, de él solo vemos que le gusta la artillería ligera y que se dedica a dar balazos a todo bicho viviente. Sin piedad alguna.


Seguimos bien.


Del bando de los buenos, el marine guaperas que es inválido, las piernas no le responden. A pesar de estar impedido físicamente, él psicológicamente es, obviamente, el más y mejor preparado para la batalla. Su fin es el de ser parte del mundo que va a ser atacado, para conocer sus puntos débiles, entenderlos y conseguir que evacúen su Árbol Madre por la paz (claro, es normal, cualquier pueblo lo haría). Además de conseguir meterse en el clan del mundo nuevo, se lleva de calle a la chica del pueblo que será la próxima encargada de guiar al pueblo (o sea, como la princesa, pero sin beso y sin rana). Tras emparejarse con ella, se hace el mejor del grupo, llega a ser el más respetado. Y sin un rasguño, wow! Todo esto lo hace a tiempo parcial, porque de vez en cuando vuelve a su nave de verdad para contarles a los demás buenos lo que está pasando. Acaba tan pillado de todo que se opone al plan inicial, el de ser parte de ellos para que evacúen su Árbol, y decide defenderles contra los malos.


Genial.


Obviamente, el pobre marine inválido gana la batalla contra todos los malos, no sin que el Árbol Madre sufra unos cuantos desperfectos, se caiga y se pele de hojas. No todo podía ser tan perfecto. La cuestión es que al final, ganan los buenos (cómo no), el chico se lleva de calle a la chica guapa y se salva la mayoría del poblado.


Del poblado decir que, según la película (no me puedo basar en otra cosa), se trata de un pueblo primitivo, en el que lo que prima es el interior y no el exterior (quiere eso decir que un dia dejaremos de ir a la "moda" y de pintarnos y arreglarnos??), asi que todos, en plan secta, oran y rezan y se arrodillan ante la Chamán cuando hay que unirse. Van con arapos que les tapan los órganos sexuales, como si, tras haber evolucionado y dejado de lado la estética, aún les diera ¿vergüenza? pasearse sin nada de ropa. Y yo me pregunto...¿y en invierno?.


A parte de lo primitivo y organizado del pueblo, de las ideas del malo malísimo y sus súbditos que al final, como en cualquier película que se precie, pierden, y de la victoria del bueno buenísimo y de su gran amor, está la banda sonora a la que otorgaría la medalla de penosa. Pasamos de una sinfonía futurista a una melodía con flauta dulce sin que la escena nos lleve a tal pensamiento. Un desastre.


Llegué con expectativas al cine, salí con lluvia. Creo que eso lo dice todo.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Premio Nobel de la Paz.

Hace unas semanas en Oslo, Barack Obama, presidente de los Estados Unidos, recibió de manos del Comité el Premio Nobel de la Paz. A pesar de las múltiples protestas por parte de los ciudadanos, quienes piensan que aún es demasiado pronto para otorgar un premio de tanto valor a alguien que acaba de empezar su mandato, no hubo ningún altercado que impidiese que Obama recibiese lo prometido.
Lo que resulta contradictorio es que para entregar el Premio Nobel de la Paz, la ciudad de acogida haya tenido que protegerse de cualquier ataque exterior a través de armas, soldados y defensa nuclear. Es decir, que en ese momento, la ciudad de Oslo fue la más “segura” de todo el planeta, con una muralla infranqueable de armas y armamento, aunque el premio que tanto se protegía, era el de la paz. ¿Dónde se queda el sentido común? Después de todo, parece que en el mundo, pocas personas respetan los principios fundamentales.