viernes, 29 de julio de 2011

Mantén la calma

Cuando estalló tenía el pulso acelerado, y amaneció… A veces las cosas se ponen complejas sin venir a cuento, amaneces y te vuelves a dormir con el mismo sol abrasándote la piel. Yo creía saber en qué consistía el juego, en que si aceptas las normas y sabes sonreír, la suerte se pone de tu lado y las cosas parecen más sencillas. Quizás me equivoqué. Saber sonreír y poner buena cara en esta vida, no lo es todo. En algún momento de bajeza, de bajura, de espesor, tendemos a creer que el mal vence y avanza sin que nada ni nadie lo pare. Y acertamos.

Es difícil, por no decir casi imposible, aceptar las cosas malas a la primera, mantener la calma y querer darle la vuelta a la tortilla sin que se escape ni un hilito de huevo aún sin hacer. Yo lo intento constantemente, a menudo acierto, otras tantas, no acierto. La mente tiene muchas escapatorias, vías rápidas de acción que se taponan o dejan paso mientras el sueño y el hambre van ganando terreno. Como el mal.

Mi mente pasea por chistes malos o por recuerdos de un futuro, por calles infinitas y ahora las no tantas ganas de ir a la playa. Qué pena (o rabia).

Para ambientar, obviamente, mezclaré un recuerdo dulce con otro agrio y formaré lo que viene siendo conocido como recuerdo agridulce, de esos que tantos tenemos todos. Por norma general, acaba ganando lo agrio. De nuevo, qué pena (o rabia).

Y realmente soy tan, tan vulnerable, tan poquita cosa, tan indefensa y tan indecidida que cuando alguien se me abalanza con un palo y me golpea me duele repetidas veces. Sobre todo, cuando los motivos los desconozco. Cuando la razón se me escapa entre los dedos, cuando se me derraman las lágrimas al revivirlo…

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Pero ante todo… mantén la calma

domingo, 6 de febrero de 2011

Pelo ondeante

Largo pelo ondeante entre sus manos y unos labios desgastados. La sinrazón se abría paso entre las horas y el reloj nunca avanzaba. Abrió las ventanas y un soplo de aire fresco le abrazó la cara. Necesitaba sacar todo el polvo de años atrás, de ciencias oscuras y recuerdos revueltos. Que volaran todos los presagios y los momentos anclados, grabados a fuego, con marca indeleble. Cerró los ojos ante el intenso sol y pareció arrancarse la angustia de los días de lluvia, de las noches en vela y de los días perfectos.

A ojos ajenos, su vida parecía demasiado perfecta. En sus ojos, a veces, se iluminaba la tristeza ante la idea de una ida sin vuelta o de una vuelta demasiado cercana. Los volvió a cerrar.

Respiró hondo y logró sacar un par de espíritus, un par de manzanas envenenadas que tanto tiempo llevaba masticando y hasta sonrió.

Los días de sol tenían eso, ese cambio inoportuno, puntual, que subía y bajaba los ánimos cual montaña rusa sin rumbo fijo ni salsa. Pero tampoco le gustaban los días de lluvia.

Se armó de valor, encendió una vela y se puso a pensar, a dibujar sin sentido en el aire castillos de arena y princesas encontradas. Ni siquiera se puso una canción triste, o melancólica.

Sin aferrarse a nada, ni al tiempo, sin depender de nadie cumplió sus deberes diarios, regaló un par de sonrisas y hasta se sintió satisfecha al acabar la tarea. Se dio una buena ducha para dejar fluir las lágrimas y volvió al ruedo. A veces, la soledad de la habitación la mataba por completo, sin embargo, otras veces huía del mundo entero y hasta se sentía capaz de rasgar por llegar allí. Con la luz, todo era más confuso.

Lee las columnas, lee los comentarios, las cartas al director y en su mente se va encendiendo cada vez más la lucecita de... ¿de qué? ¿Cómo definir de qué estaba hecha esa luz? Cada uno la vería de su color, imaginaba.

Había personas que se complicaban demasiado la vida, casi todos y aunque había días en los que zambullía de lleno el dedo, la mano y hasta el brazo, no lograba del todo sentirse acalorada en esas vidas. La suya era mucho más liviana, mucho más tranquila. Algunos la tacharían de aburrida. Otros no. Volvemos al mismo cuento, una sola realidad, y por cada habitante dos maneras diferentes de ver la vida.

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...nunca llueve a gusto de todos...

jueves, 3 de febrero de 2011

La joven de la naranja

Unas manos que van cortando la naranja de tu vida, y ahora un suspiro que no sabes bien cómo delinearlo. Mucha gente y otro tren que se marcha, pero la naranja se resiste a terminar de ser pelada y sus manos parecen cansadas. Segundos pasan esperando acabar y todo parece alargarse. Ahora le hablas, pero no contesta, sonrie para sí y agacha la cabeza. Sigue con la naranja entre las manos, la mira, le quita un poco más de piel y lanza una risa al aire que te hace sonreir.
Con la impaciencia típica de los niños pequeños que quieren y desean todo aquello que no tienen o no han tenido, esperas que te dé esa hermosa naranja bien pelada, sin más temor que el de que se esfume antes de comerla. Ya tienes la boca llena de saliva, te lo ve, y se vuelve a echar a reir. Ahora tus ojos y los suyos se han cruzado y por un instante se te ha parado el corazón. Hacía mucho tiempo que no mirabas sus ojos, negros, envolventes, que junto con su piel blanca y su pelo negro daban el paraíso a tus dias lejanos. Parpadeas y tragas, mejor no mezclar corazón con necesidad, vuelves a desear la naranja por encima de su aroma. Era un ejercicio difícil, ambos lo sabíais, pero os arriesgásteis a pesar de todo.
Te la da. Te la ofrece junto con su corazón, al que envuelve del mismo color pero con diferente textura, el suyo parece un corazón noble y la naranja parece una simple naranja. Y dudas. ¡¡Cómo no dudar!! te preguntarías seguro en ese instante. Yo te vi, te lo puedo asegurar, te vi dudando pero supe que cogerías la naranja, no es lo tuyo eso de ir recogiendo corazones en estaciones de trenes. Alargaste la mano y con un ligero tembleque que notaron todos los que estaban sentados por allí cerca, cogiste la naranja, su mano izquierda quedó vacía y te dedicó una sonrisa que no se correspondía con la tristeza que, de repente llenó, como llena el agua una lavadora, sus ojos. Hasta quedar casi inundados. Se levantó viento y entró por los portones que eran a la vez entrada y salida.
Bajaste la mirada y te encontraste con el suelo rosado y gris, cercano al andén del que hacia poco, se habia marchado un tren con destino a alguna ciudad que tú desconocías. Con destreza, deshiciste toda la naranja y te la fuiste comiendo, gajo a gajo, saboreando para tí cada gajito interior, y cuando ya sólo quedaba uno,le ofreciste un poco. Con el viento dando en sus cabellos negros y sus ojos que te miraban sin saber bien qué expresar, acariciaste su cara como si fuera la última vez, como sintiendo que era el momento de dar un adiós. Sin comprender muy bien por qué. Viendo que no habia intenciones por su parte de comerse lo que quedaba de naranja, te la comiste tú y luego comenzaste a chuparte los dedos lentamente, como si en cada dedo una idea nueva se formara en tu cabeza, como si cada minuto que gastabas en limpiarte las manos contara para salvar vidas.
Te sentaste a su lado, de tú a tú, y eso aceleró tu corazón. Su cara ahora olía a naranja y había sido tu culpa. Jamás supiste disculparte. El reloj seguía avanzando y yo a tí te veía igual, sin moverte, sin un gesto en tu rostro o en tu alma, como parado. Llegó el tren y lo miró. Te miró. Volvió a mirar el tren. Se acercó a tí y te besó la mejilla, tú te quedaste allí, se levantó, le ondeó la falda, le ondearon los cabellos y se adelantó hacia el tren. Se giró y te sonrió como sólo saben hacerlo los ángeles. Una vaga sonrisa se dibujó en tu rostro, aguantabas los deseos de ir al tren, de no dejar que se fuera. Necesitabas algo de tiempo. Pero no lo tenías. El tren se puso en marcha, te dijo adiós desde una ventanilla, y su mano se iba desdibujando lentamente de tu mirada. Ni siquiera te levantaste del banco. Yo te ví.

27-Marzo-2009.

jueves, 27 de enero de 2011

Antonio

-Alúmbrame- le dijo Antonio a su compañero.

-¿Y cómo pretendes que lo haga? Aquí no hay una maldita luz- respondió éste buscando algo con que alumbrar en sus bolsillos.

-Pues no lo sé, pero alúmbrame...

Y se hizo la luz al salir de la habitación. Abrieron la puerta dos hombrecitos bien vestidos, con sus vaqueros y sus chaquetas. Sus caras ilustraban frío y angustia. Demasiadas horas en la oscuridad. Uno de ellos era alto y tenía unos ojos azules profundos, mar en calma con viento que avistaba tormenta. El otro, un poco más bajo cuyos ojos morenos y brillantes recordaban esos caramelos de antaño sabor café.

-Vámonos ya, esto me está agobiando- y con esta orden cogieron sus chaquetones y se dirigieron a la puerta de aquella terraza, ahora cubierta debido a la lluvia.

Una vez dentro del ascensor, se miraron al espejo y se colocaron sendos chaquetones, preparados para recibir la lluvia intensa del mes de enero. Aunaron fuerzas y salieron a la calle, las primeras gotas de lluvia se iban clavando en sus ropas. Tenían una larga caminata por delante y ni un signo de tregua por parte de las nubes.

Antonio dirigía a su colega hacia su casa, con paso decidido y ligero. Doblaron el primer recodo y comenzaron a disminuir su marcha. Antonio se sentía extraño de repente, como si el cuerpo entero le pesase demasiado. Sacudió la cabeza y volvió a caminar deprisa haciendo caso omiso de las quejas de su amigo. A los pocos metros, se paró en seco, y comenzó a respirar con brusquedad. Se miró aquel largo chaquetón negro que le cubría hasta casi las rodillas y sintió que se le pegaba a la piel. A pesar de su chaqueta y su camiseta, él sentía el chaquetón pegado a su piel, como si lo envolviera. Empezó a pensar que se volvía loco y de tanto razonar si aquello era posible no se dio cuenta de que ya no veía. La capucha se había pegado tanto a su pelo y a su piel que ya no le quedaba espacio suficiente para ver. La lluvia lo empapaba todo. Sentía aquella tela, aquel frío entrando en sus piernas, llegando a sus pies, corrompiéndole las manos. Se sentía chaquetón, se sentía frío, mojado. Sentía la lluvia sobre sí mismo como si no tuviese nada para taparse. Su agobio empezaba a crecer, sus fuerzas a flaquear, sus pulmones comenzaron a pararse, ya no respiraba. Mejor dicho, ya no necesitaba respirar, ni ver, ni tocar. Era la tela, el algodón, el frío de la calle, el suelo. Se desplomó. Cayó al suelo como quien tira una manta. Negro, esparcido. De lejos parecía un charco. De cerca, un chaquetón abandonado. Por dentro, una persona.