Cuando estalló tenía el pulso acelerado, y amaneció… A veces las cosas se ponen complejas sin venir a cuento, amaneces y te vuelves a dormir con el mismo sol abrasándote la piel. Yo creía saber en qué consistía el juego, en que si aceptas las normas y sabes sonreír, la suerte se pone de tu lado y las cosas parecen más sencillas. Quizás me equivoqué. Saber sonreír y poner buena cara en esta vida, no lo es todo. En algún momento de bajeza, de bajura, de espesor, tendemos a creer que el mal vence y avanza sin que nada ni nadie lo pare. Y acertamos.
Es difícil, por no decir casi imposible, aceptar las cosas malas a la primera, mantener la calma y querer darle la vuelta a la tortilla sin que se escape ni un hilito de huevo aún sin hacer. Yo lo intento constantemente, a menudo acierto, otras tantas, no acierto. La mente tiene muchas escapatorias, vías rápidas de acción que se taponan o dejan paso mientras el sueño y el hambre van ganando terreno. Como el mal.
Mi mente pasea por chistes malos o por recuerdos de un futuro, por calles infinitas y ahora las no tantas ganas de ir a la playa. Qué pena (o rabia).
Para ambientar, obviamente, mezclaré un recuerdo dulce con otro agrio y formaré lo que viene siendo conocido como recuerdo agridulce, de esos que tantos tenemos todos. Por norma general, acaba ganando lo agrio. De nuevo, qué pena (o rabia).
Y realmente soy tan, tan vulnerable, tan poquita cosa, tan indefensa y tan indecidida que cuando alguien se me abalanza con un palo y me golpea me duele repetidas veces. Sobre todo, cuando los motivos los desconozco. Cuando la razón se me escapa entre los dedos, cuando se me derraman las lágrimas al revivirlo…
Pero ante todo… mantén la calma