jueves, 27 de enero de 2011

Antonio

-Alúmbrame- le dijo Antonio a su compañero.

-¿Y cómo pretendes que lo haga? Aquí no hay una maldita luz- respondió éste buscando algo con que alumbrar en sus bolsillos.

-Pues no lo sé, pero alúmbrame...

Y se hizo la luz al salir de la habitación. Abrieron la puerta dos hombrecitos bien vestidos, con sus vaqueros y sus chaquetas. Sus caras ilustraban frío y angustia. Demasiadas horas en la oscuridad. Uno de ellos era alto y tenía unos ojos azules profundos, mar en calma con viento que avistaba tormenta. El otro, un poco más bajo cuyos ojos morenos y brillantes recordaban esos caramelos de antaño sabor café.

-Vámonos ya, esto me está agobiando- y con esta orden cogieron sus chaquetones y se dirigieron a la puerta de aquella terraza, ahora cubierta debido a la lluvia.

Una vez dentro del ascensor, se miraron al espejo y se colocaron sendos chaquetones, preparados para recibir la lluvia intensa del mes de enero. Aunaron fuerzas y salieron a la calle, las primeras gotas de lluvia se iban clavando en sus ropas. Tenían una larga caminata por delante y ni un signo de tregua por parte de las nubes.

Antonio dirigía a su colega hacia su casa, con paso decidido y ligero. Doblaron el primer recodo y comenzaron a disminuir su marcha. Antonio se sentía extraño de repente, como si el cuerpo entero le pesase demasiado. Sacudió la cabeza y volvió a caminar deprisa haciendo caso omiso de las quejas de su amigo. A los pocos metros, se paró en seco, y comenzó a respirar con brusquedad. Se miró aquel largo chaquetón negro que le cubría hasta casi las rodillas y sintió que se le pegaba a la piel. A pesar de su chaqueta y su camiseta, él sentía el chaquetón pegado a su piel, como si lo envolviera. Empezó a pensar que se volvía loco y de tanto razonar si aquello era posible no se dio cuenta de que ya no veía. La capucha se había pegado tanto a su pelo y a su piel que ya no le quedaba espacio suficiente para ver. La lluvia lo empapaba todo. Sentía aquella tela, aquel frío entrando en sus piernas, llegando a sus pies, corrompiéndole las manos. Se sentía chaquetón, se sentía frío, mojado. Sentía la lluvia sobre sí mismo como si no tuviese nada para taparse. Su agobio empezaba a crecer, sus fuerzas a flaquear, sus pulmones comenzaron a pararse, ya no respiraba. Mejor dicho, ya no necesitaba respirar, ni ver, ni tocar. Era la tela, el algodón, el frío de la calle, el suelo. Se desplomó. Cayó al suelo como quien tira una manta. Negro, esparcido. De lejos parecía un charco. De cerca, un chaquetón abandonado. Por dentro, una persona.

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