jueves, 3 de febrero de 2011

La joven de la naranja

Unas manos que van cortando la naranja de tu vida, y ahora un suspiro que no sabes bien cómo delinearlo. Mucha gente y otro tren que se marcha, pero la naranja se resiste a terminar de ser pelada y sus manos parecen cansadas. Segundos pasan esperando acabar y todo parece alargarse. Ahora le hablas, pero no contesta, sonrie para sí y agacha la cabeza. Sigue con la naranja entre las manos, la mira, le quita un poco más de piel y lanza una risa al aire que te hace sonreir.
Con la impaciencia típica de los niños pequeños que quieren y desean todo aquello que no tienen o no han tenido, esperas que te dé esa hermosa naranja bien pelada, sin más temor que el de que se esfume antes de comerla. Ya tienes la boca llena de saliva, te lo ve, y se vuelve a echar a reir. Ahora tus ojos y los suyos se han cruzado y por un instante se te ha parado el corazón. Hacía mucho tiempo que no mirabas sus ojos, negros, envolventes, que junto con su piel blanca y su pelo negro daban el paraíso a tus dias lejanos. Parpadeas y tragas, mejor no mezclar corazón con necesidad, vuelves a desear la naranja por encima de su aroma. Era un ejercicio difícil, ambos lo sabíais, pero os arriesgásteis a pesar de todo.
Te la da. Te la ofrece junto con su corazón, al que envuelve del mismo color pero con diferente textura, el suyo parece un corazón noble y la naranja parece una simple naranja. Y dudas. ¡¡Cómo no dudar!! te preguntarías seguro en ese instante. Yo te vi, te lo puedo asegurar, te vi dudando pero supe que cogerías la naranja, no es lo tuyo eso de ir recogiendo corazones en estaciones de trenes. Alargaste la mano y con un ligero tembleque que notaron todos los que estaban sentados por allí cerca, cogiste la naranja, su mano izquierda quedó vacía y te dedicó una sonrisa que no se correspondía con la tristeza que, de repente llenó, como llena el agua una lavadora, sus ojos. Hasta quedar casi inundados. Se levantó viento y entró por los portones que eran a la vez entrada y salida.
Bajaste la mirada y te encontraste con el suelo rosado y gris, cercano al andén del que hacia poco, se habia marchado un tren con destino a alguna ciudad que tú desconocías. Con destreza, deshiciste toda la naranja y te la fuiste comiendo, gajo a gajo, saboreando para tí cada gajito interior, y cuando ya sólo quedaba uno,le ofreciste un poco. Con el viento dando en sus cabellos negros y sus ojos que te miraban sin saber bien qué expresar, acariciaste su cara como si fuera la última vez, como sintiendo que era el momento de dar un adiós. Sin comprender muy bien por qué. Viendo que no habia intenciones por su parte de comerse lo que quedaba de naranja, te la comiste tú y luego comenzaste a chuparte los dedos lentamente, como si en cada dedo una idea nueva se formara en tu cabeza, como si cada minuto que gastabas en limpiarte las manos contara para salvar vidas.
Te sentaste a su lado, de tú a tú, y eso aceleró tu corazón. Su cara ahora olía a naranja y había sido tu culpa. Jamás supiste disculparte. El reloj seguía avanzando y yo a tí te veía igual, sin moverte, sin un gesto en tu rostro o en tu alma, como parado. Llegó el tren y lo miró. Te miró. Volvió a mirar el tren. Se acercó a tí y te besó la mejilla, tú te quedaste allí, se levantó, le ondeó la falda, le ondearon los cabellos y se adelantó hacia el tren. Se giró y te sonrió como sólo saben hacerlo los ángeles. Una vaga sonrisa se dibujó en tu rostro, aguantabas los deseos de ir al tren, de no dejar que se fuera. Necesitabas algo de tiempo. Pero no lo tenías. El tren se puso en marcha, te dijo adiós desde una ventanilla, y su mano se iba desdibujando lentamente de tu mirada. Ni siquiera te levantaste del banco. Yo te ví.

27-Marzo-2009.

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