domingo, 4 de octubre de 2009

La chica de negro.

En el insomnio de cada noche, aún la recuerdo. Con la botella en su mano, dia tras dia su aspecto iba siendo más fiero y salvaje. Se pintaba la sombra al rededor de todo el ojo, siempre negro mate, sombra, párpados, pestañas y hasta casi las cejas. Su mirada, al igual que sus pinturas, se iba haciendo más y más oscura. El conjunto en sí daba cada vez más terror, de sus pupilas sólo salía alcohol e ira, una combinación demasido difícil de llevar. Sentada en el sofa, con la falda cada vez más corta, al menos a mi parecer. Las piernas abiertas y las manos entre ellas, la mirada lasciva acompañada de una sonrisa impoluta, cada vez menos sincera. El cigarro de por la noche no había quien se lo robase, estaba demasiado enganchada. Aunque siempre lo negaba.
Yo me ahogaba con el humo cada noche por hacer caso a sus caprichos, y cada día la falda era más corta. Ayer la ví con el pelo recién lavado, enmarañado, negro. A lo lejos toda ella parecía el mismo borrado difuso, y se sentó. Cogió la botella con su mano izquierda y le dió un trago, sin pensárselo dos veces, me ofreció. Negarme fue mi primer impulso, pero me olía que pronto llegarían las lágrimas, el llanto, la ira, los pedazos de botella y la casa en ruinas. Cogí la botella y cerré los ojos, al fin y al cabo sólo duraría segundos, le di un trago y tosí. Ella se rió con esa forma suya de reirse que a veces enamora y a veces hiela el corazón, pero el mío ya estaba cubierto de cicatrices. Me senté a observarla mientras ella se encendía su último cigarro de la noche, cómo el humo la invadía e iba perdiendo lentamente su personalidad hasta dejarla por completo en aquella mancha negra que tanto me había atraído.
Me dejé hundir en el sofá, hasta hacerme invisible y ella fue transformándose paulatinamente en fresa, manzano, ave y color. En cada una de sus formas había algo que la destruía, la hacía cambiar y la iba haciendo más y más pequeña. Esperé a que acabara con su juego, a que se hiciera reina de su mundo y verduga de su muerte, a que reviviera de sus cenizas, cual fénix negro casi invisible. La noche fue cayendo y con ella, el sueño la invadía. Sus ojos eran cada vez menos expresivos, más apagados, sus párpados pesaban quilos, quizás toneladas y no lo pudo resistir. Cerró los ojos un segundo y se hicieron horas, quizás días. Ya no recuerdo cuando despertó, ya no recuerdo cuando escribí esto. Quizás estabas todavia a mi lado, o quizás ya hacía días que te habías marchado.
*
*
*
*
*
la botella nunca se hizo añicos...

1 comentario:

Vampi dijo...

wow, este me ha encantado